Tomás BorrásDramaturgo, poeta y periodista
A TUS PINTURAS LAS ENVUELVE UN HALO DE POESÍA
Si se traslada de la pintura a la prosa la obra de Rafael Botí, podríamos equipararla a la del sutilmente inmóvil Azorín. Rafael Botí pinta las cosas. Unas veces como primor artesano, otras como partes de una visión en abandono, otras en grupo, o en extensión, digamos paisaje. Pero las cosas, no las personas, son el objeto de su íntima dedicación. De ello se deduce que Rafael Botí es el pintor de lo sencillo. Nada más complicado que la sencillez, porque la sencillez es el núcleo del que derivamos los supuestos que forman el cimiento de nuestra filosofía de la vida. En la cual hay un capítulo que trata de la filosofía de las cosas. Rafael Botí nos las presenta delante, con un ademán religioso. «Ahí está lo que nos acompaña, amistoso, en el existir.»
Por eso su técnica –ya saltó la apestosa palabra– es somera, pero delicada. No hay en estos cuadros sino los simples elementos que componen una forma consabida. Sin embargo, ¿por qué son tan seductores? El secreto es que a las cosas pintadas por Rafael Botí las envuelve un halo de poesía.
Todo lo puro, lo suavemente adicto, lo que crea nuestra mano en acto de amor, lo que usamos y nos beneficia, la poquedad más poca y corta de nuestro pequeño universo de alrededor, el repertorio de la cosidad teñida de humanidad, es poético en sí, por muchos perifollos industriales que lo desfiguren... Pues el hecho de que estemos a solas aquí abajo, con ellas, con las cosas, y sean las cosas nuestras criaturas y nuestra ayudantía, las eleva de su mineralización, y nos habla con su silencio. Rafael Botí, ha escuchado ese silencio y por ello sus cuadros infunden sentimiento. Es pues, un pintor sentimental, es un pintor en cierta manera romántico. ¿Y no es romántico Azorín? Ser romántico es exaltar un aspecto de la vida, elevándolo a categoría supina.
Con Rafael Botí no pueden las brujas. Ni la bruja de los ismos ni la bruja de lo denominado «moderno», cuando no hay otro piropo a mano para calificar. Botí es él y las cosas, es su alma intocada y sus cosas en éxtasis niño, es el revelador de un costado del ser, y el que hace deliciosos los elementos de esa cuarta parte de la vida. ¿Puede hablarse de una Pintura en verso, contraponiéndola a otra Pintura en prosa? Siempre sería la metáfora revelación de que en lo intacto y almado hay un eco musical que el corazón percibe. Musicalmente, la Pintura de Rafael Botí es cantata. Sin triunfo, pero con salmo; es decir, con una chispa de lo divinal sazonando lo terreno.
No pasará nunca la Pintura de Rafael Botí, porque no tiene moda. Tiene estilo, eso sí. Y revela una poderosa fuerza semejante a la del franciscanismo, el gesto del hombreángel de Asís, hermano árbol, hermano vaso, hermana manzana, hermanísimas cosas al alcance de nuestro deseo y de nuestro servicio, que os sacrificáis sin queja, símbolo de vidrio, de madera, de piedra, de hierba, de ola, de sol. Contemplaciones y espejos de nuestra falta de condiciones para hacérnoslo todo nosotros, que las sumisas cosas suplen. Cosas que decimos menores, a veces decisivas, que están aparte y en nosotros como esposas con lámparas prudentes, que hacen nuestro vivir más fácil y amable, y sin las cuales moriríamos,
como el pobre animal, el de potencia permanente pero limitada, otro habitante del planeta sin espíritu creador y sin revelar y vaciar en otra forma que la suya la idea: sin cosas. En fin, que con las cosas somos, y sin las cosas no seríamos.
Colores suaves, combinaciones de luz de soles blandos, el azul fundamental para el sentido de lo tierno, el blanco eremita, el blanco de la cal de la calavera, el blanco donde el amarillo de la ardencia del astro rebota y emblanquece y candidece la faz del ámbito, líneas delicadas como melodías del dibujo, ¡oh, Rafael Botí! ¿adónde nos llevas mediante la mirada, a qué mundo, al mundo como debería ser?
PRESENTACIÓN DEL CATÁLOGO DE LA EXPOSICIÓN CELEBRADA EN LA GALERÍA GIOTTO (MADRID) EN 1974.