Miguel ClemetsonHistoriador del Arte
Rafael Botí tuvo impresa incesantemente en su retina una imagen plural y al mismo tiempo sintética de la Córdoba más visceral, que convirtió en auténtico leit motiv de su pintura. El magisterio de Vázquez Díaz, su gravedad, ceden ante el lirismo poético de ese músico cordobés, que supo «orquestar» como nadie las claves lumínicas del color. Sus composiciones sencillas reordenan todo modelo visualizado por el artista, transmutando en esencia misma, por medio del color, cada propuesta figurativa.
DIARIO DE CÓRDOBA, ABRIL DE 1995.
RAFAEL BOTÍ (Córdoba, 1900 – Madrid, 1995)
Nacido con el siglo, se forma como artista de la mano de Julio Romero de Torres, que fue su profesor de Dibujo en la Escuela de Artes y Oficios de Córdoba, en la que estuvo matriculado entre 1909 y 1916, asistiendo al tiempo al Conservatorio para secundar su formación musical. En 1917 se trasladará a Madrid, ingresando en el Real Conservatorio de Música y Declamación para proseguir estudios de especialización, que le posibilitarán posteriormente los precisos recursos económicos a lo largo de su vida, al ingresar mediante oposición en la Orquesta Filarmónica de Madrid como Profesor de Viola. En 1918 se matricula igualmente en la Escuela de Bellas Artes de San Fernando. En 1919 conoce al pintor Daniel Vázquez Díaz, quedando integrado entre su grupo de alumnos, y con el que mantendrá desde entonces una gran amistad1.
En 1921 participa en el II Salón de Otoño de Madrid, y al año siguiente dispone por vez primera su obra en la Nacional de Bellas Artes. Su primera muestra, en este caso conjunta, pues compartió espacio con el escultor Enrique Moreno El fenómeno, tuvo desarrollo en 1923, en el Círculo de la Amistad de Córdoba, exponiendo individualmente por vez primera en Madrid, en 1927. En este periodo practicaba una suerte de postcubismo atemperado, de trasfondo lírico. En 1929 y 1931 viajó a París para ampliar estudios de pintura, pensionado por la Diputación Provincial de Córdoba.
En 1929 intervino como cofundador del Grupo de Artistas Independientes, integrando la nómina de autores representados en la muestra inaugural del colectivo (I Salón de Artistas Independientes de Heraldo de Madrid), participando en esta línea en la Exposición Internacional de Barcelona y en la de Arte Moderno de Granada. Fue, con Rodríguez Luna, uno de los activadores de la Agrupación Gremial de Artistas Plásticos (AGAP, Madrid, 1931), proclamando la renovación de la vida artística nacional mediante un manifiesto2, y participando en la colectiva de la Federación de las Artes. En 1933 dispuso una muestra individual en la Asociación de Artistas Vascos de Bilbao, y en 1935 otra en el Salón de exposiciones temporales del Museo de Arte Moderno, entonces ubicado en la primera planta de la Biblioteca Nacional de Madrid.
La guerra y las vicisitudes vividas tras el conflicto le determinan a alejarse de la pintura, cuya práctica no retomará hasta 1947. A partir de entonces trabajó con renovado ímpetu, dando despliegue a su particular estilo, conformado tras vertebrar una selectiva síntesis que aglutinaba las mejores esencias de los que llegó a considerar sus grandes maestros: Cézanne, Matisse, Rousseau, Darío de Regoyos, Joaquín Mir y Vázquez Díaz. En estas fechas, los motivos que considera en su obra son los alrededores de Madrid, desde parajes solitarios hasta las vistas urbanas del extrarradio.
A partir de los setenta Botí retornará la mirada hacia su Córdoba natal, que se convertirá en motivo constante de inspiración, en especial sus patios y plazas, sin dejar a un lado el paisaje castellano, con series realizadas en Aranjuez, Torrelodones y en la Casa de Campo. Poco antes de morir el Ayuntamiento de Madrid organiza una magna exposición antológica de toda su obra en el Museo de la Ciudad.
Botí es un artista de exquisita sensibilidad, cuyo dominio del oficio se oculta tras una aparente ingenuidad. Su pintura, de atemperado colorido, ha ido evolucionando con el paso del tiempo, fluctuando desde las fórmulas que interiorizó en sus estancias parisinas ―ciertas notas cubistas y de tratamiento de color matissianas― hasta la consecución de un mayor rigor y consistencia constructivos determinados por el acertado uso del cromatismo, que encauzó bajo la tutela y el magisterio de Vázquez Díaz, para alcanzar finalmente sus particulares parámetros estéticos.
La obra de Botí incorpora y hace suyos una serie de antecedentes en los que el lírico y puro pintor cordobés gusta reconocerse: así, la pureza de Fra Angélico, el ascetismo de Zurbarán, la organización del paisaje cezanniana, el ingenuismo de Rousseau, la fría luz plateada de Vázquez Díaz... a lo que habrá que añadir la intimidad y el silencio de los patios de Córdoba, su arquitectura escueta y germinal, verdadero leit motiv del hondo y cordobesísimo paisaje de Botí.
A nuestro entender, el artista intensifica, decanta y purifica la realidad, y la estiliza como una fina y gozosa nota musical. Y todo bajo el signo de una armonía interior que inspira toda su obra. Su paisaje urbano, nada monumental, está conformado con una límpida sencillez, con una pulcra y esencial dicción que huye de todo lo solemne, abigarrado y barroco, hasta socavar lo esencial, para mostrarnos su verdadera y auténtica consistencia interior.
Rafael Botí tuvo impresa incesantemente en su retina una imagen plural y al mismo tiempo sintética de la Córdoba más visceral, que convirtió en auténtico fundamento de su pintura.
El magisterio de Vázquez Díaz, su gravedad, ceden ante el lirismo poético de este músico cordobés que supo “orquestar” como nadie las claves lumínicas del color. Sus composiciones sencillas reordenan todo modelo visualizado por el artista, transmutando en esencia misma ―por medio del cromatismo― cada propuesta figurativa.
Títulos como Patio de Viana o Noche de Córdoba sintetizan dos de las lecturas predominantes en su obra: la objetivación hedonista, proclive a la complacencia voluptuosa en la materia y, de otra parte, la introspección reflexiva, vertiginosamente exteriorizada desde el yo interior del artista.
Celebró gran cantidad de exposiciones individuales en las más importantes ciudades españolas, y participó igualmente en gran número de celebraciones colectivas, como sucesivas ediciones de la Nacional de Bellas Artes, I Bienal Hispanoamericana de Arte, Exposición Internacional de Barcelona, Exposición de Homenaje a Velázquez, Salones de Otoño en sus distintas ediciones... En 1964 obtuvo el Premio de la Diputación de Cuenca en la Exposición Nacional de Bellas Artes; en 1979, el Ayuntamiento de Córdoba le nombró Hijo Predilecto y le concedió la Medalla de Oro de la ciudad, siendo nombrado correspondiente de la Real Academia de Córdoba. En 1980, el Ministerio de Cultura le concedió la Medalla al Mérito en las Bellas Artes. En 1998, la Diputación de Córdoba crea la Fundación Provincial de Artes Plásticas «Rafael Botí», que viene desplegando desde entonces una incesante labor cultural en relación con el fomento y la difusión del arte contemporáneo.
Está representado en el MNCARS de Madrid, Museo Municipal de Madrid, Museo de Bellas Artes de Córdoba, Museo Camón Aznar de Zaragoza, Museo Taurino de Córdoba, Diputación de Córdoba, Ministerio de Comercio, así como en numerosas e importantes colecciones particulares de Suiza, Brasil, Italia, Argentina, Alemania, Francia, Inglaterra, Turquía, etc.
Miguel Clementson Lope.
"CORDOBA LUCIENTE en sus Fundaciones y Museos” Bilbao 2015.
1 La doble vertiente formativa de Botí le posibilitaba unos recursos ideales para la creación artística y una especial sensibilidad para la “composición”, tanto pictórica como musical. A este respecto, Vázquez Díaz se pronunció sobre su obra, argumentando que “ante sus paisajes hay que guardar silencio para escuchar su música”.
2 “Manifiesto dirigido a la opinión pública y a los poderes oficiales”, publicado en La Tierra, el 20-abril-1931