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Ramón FaraldoPeriodista y crítico de arte

Rafael Botí (primero por la derecha) en un homenaje a su maestro Vázquez Díaz en 1955. Figuran Ramón Faraldo, Agustín Redondela, José Caballero, etc.

RAFAEL BOTÍ: «NOVIO DEL ARCO IRIS»

Sabe, como Antonio Machado, que sólo «se hace camino al andar». Su andadura le lleva por los centros neurálgicos del arte de la vieja Europa. Observa. Medita. Vuelve. Intima y escucha a Daniel Vázquez Díaz, tras haberse iniciado en su Córdoba con Romero de Torres, Agrasot, V. Chicote, M. Latas y Ortí Belmonte. Sus cuadros espigan entre las voces del silencio, jamás enmudecidas, y las del contorno vivido a su tiempo. A veces parecen esculpirse sobre un mutismo inmemorial. Otras, confluir con los mosaicistas de la Roma cesárea. En ocasiones se rectangulizan y ordenan arquitectónicamente, con el relumbre antiguo de la cal viva y los añiles violentos de la ornamentación regional. En ningún caso hay subordinación a tales incitaciones. En todos los casos, quien está presente, quien corre riesgos y avatares de capitanía es Botí silenciosamente, por cierto. Sí cede, a gusto, los oropeles y enmedallados del mando a los otros. Le basta con su éxtasis y la conciencia se transparenta tenuemente en sus lienzos.

«En las esquinas, indice;
en la pasión memoria;
con la íntegra hombría como prueba
de su sangre, su edad y su constancia.»

Con una obra extensa y diversa, en la paz de los suyos y el enamoramiento, no tanto de lo que obtiene hoy como de lo que espera obtener mañana, es comunicable, pero ocioso, mencionar cumpleaños y cuantías anuales. Como sugerí antes, uno se hace pintor a los quince años, para alcanzar cuarenta o cincuenta más tarde lo que le impulsó hacia la pintura. En ésta, los ríos no corren hacia el mar, que es el fin. Los ríos buscan y corren hacia sus manadores, que son el eterno principio. Más claro: la juventud, en arte, no se da porque sí: se conquista porque sí, porque no y porque por qué. Diego Velázquez –«soy un espejo en busca de otro espejo»– es mucho más mozo en Las Meninas que en sus bodegones de su primera época.

Rafael Botí, a estas horas, con el estiaje madrileño encima, palomas y hélices navegando un cielo casi casualmente azul, alcanza, por lógica de obra e inhalación jovial de la misma su verdadera adolescencia.

YA, 1977.

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