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Federico GalindoPeriodista

Con Federico Galindo en la exposición celebrada en la Galería Toisón (Madrid) en 1962.

RAFAEL BOTÍ: «UN PINTOR POETA»

Rafael Botí, pintor desde antes de nacer, no es de los que se prodigan presentando en público sus obras.

El arte de Botí –pintura sencilla, recoleta, suave, cuidada– se nos ofrece dentro de los encuadres: Regoyos y Vázquez Díaz.

Tiene el primero la ternura, la ingenuidad, la gracia. Esa manera de aplicar a pincelada, medida y recatada, vaporosa, que posee el pintor vasco. De Vázquez Díaz ha aprendido Botí ha estilizar, a dar reposo y fijeza a los objetos, a respetar, en suma, la ley de gravedad, y también a decorar llevando las líneas con elegante movimiento.

Las enseñanzas o influencias de estos dos pintores le sirven a Botí para realizar una pintura sutilísima. De muy fino color. Se deleita el artista en el juego de las gamas violentas. Allí están los malvas que tanto glosara Juan Ramón Jiménez, y los morados intensos, y los azules violáceos o rosados. Otro acorde muy del agrado de Botí es el de los verdes. Verdesazules, o verdesgrises, o verdeslilas. Nunca agrios o fuertes. Siempre suaves y tiernos como el despuntar la primavera.

La pintura de Botí es una pintura esencialmente musical y no decimos esto porque conozcamos los altos conocimientos que en el arte de Debussy y Sarasate posea el artista, sino porque en la limpieza del colorido, la grata combinación de los tonos y la gracia de la composición, es toda su obra como un concierto de flautas y xilofones.

Rafael Botí es un buen pintor. Un pintorpoeta que se emociona ante el espectáculo que continuamente le ofrece la naturaleza, llámese paisaje, fronda, jardín, interior o marina.

Y si antes dijimos que sus lienzos saben a acorde, a bemoles, y a contrapunto, ahora añadimos que también tienen perfume de sonetos, de letrillas y de poemas. En resumen: Rafael Botí es un pintor de muy aguda sensibilidad. Dibuja con gracia y pinta con mucho arte. Y el resultado es una obra serena, clara, apacible.

Los cuadros de Rafael Botí están pintados con unción, casi con misticismo. Se diría que el pintor, cuando toma los pinceles, prohíbe que se produzca ningún ruido. «¡Silencio, que voy a pintar!»

Esta sensación de reposo, de quietud, de serenidad, está presente en todas las obras de Botí. Obras que, además, de este intimismo, de esta serenidad, van animadas, como siempre, de una intención decorativa. La línea, los contornos, tienen en Botí un anhelo gracioso. Se desenvuelven con un ritmo ornamental en amplias ondulaciones. El color es delicado. Nuestro artista muestra predilección por las tonalidades argentadas –violetas, azules, verdes, grises, blancos–, y con ellas trenza melodías melancólicas. Como Regoyos –Vázquez Díaz lo ha dicho–, Botí se enfrenta con la Naturaleza apasionadamente, trémulamente, pero siempre en silencio, como si pintase de puntillas, para evitar el menor temblor en los árboles o en los pájaros. Toda la obra de Rafael Botí, es poética y dulce. Es como una balada azul. O como una mañana rosa y malva, que diría Juan Ramón Jiménez. Pintura transparente y diáfana, palpitante y tímida, sabia y sencilla.

DÍGAME, NOVIEMBRE DE 1962.

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