Marino Gómez SantosEscritor y periodista
Fue un crítico de arte quien expresó certeramente, con una sola frase, todo el secreto de la vida y de la obra de este singular pintor. Dijo: «La pintura silenciosa y recoleta de Botí». Y ya no fue preciso recurrir a especulaciones mentales ni a procedimientos analíticos para definir la personalidad plástica y humana de Rafael Botí.
Esta frase definitoria ha sido como un espejo colocado a lo largo de su vida y de su obra. Porque silenciosa y recoleta es, ciertamente, su pintura y de la misma manera se ha complacido en vivir, aun cuando tiene a favor, repetidas veces, el viento del éxito.
Cordobés hasta la médula de sus huesos, ha permanecido Rafael Botí en Madrid la mayor parte de su existencia, entregado a la lucha cotidiana de subsistir. Muy duro ha sido, en ocasiones, el combate; pero en los momentos de tregua, Rafael Botí utilizaba los pinceles para evocar rincones silenciosos de su ciudad de Córdoba donde espejea la cal. Así, merced a este ejercicio, lograba fortalecer su espíritu para continuar el camino que alguna vez –pensaba– habría de llevarle venturosamente bajo el cielo límpido de su ciudad.
Ahora, en la edad jubilar, ha encontrado Rafael Botí el «mar de la serenidad». Córdoba está más próxima a sus posibilidades. Casi de puntillas, con emocionado temblor, ha regresado una y otra vez para respirar el aroma que viene de la sierra y pasear por la noche por sus calles silenciosas. Ahora vuelve; pero con sus cuadros, lo cual ha de considerarse doblemente significativo. Es una vida dedicada al homenaje de su tierra cordobesa y, al mismo tiempo, un cordobés que retorna triunfador, con el aval de la crítica nacional en su «dossier». Desde Francisco Alcántara y Tomás Borrás, han elogiado la pintura de Botí todos los críticos sucesivos: Cecilio Barberán, Arbós Ballesté, Ramón Faraldo, Castro Arines, J.R. Alfaro.
De todos ellos hemos espigado nosotros los vocablos definitorios de la pintura de Rafael Botí, con todos los cuales podría reconstruirse su estética personal: «sosegado», «intimista», «recoleto», «humilde», «suavidad», «discreción», «pudor», «delicadeza», «unción», «misticismo», «reposo», «silencioso»...
En cuanto a parangón con pintores anteriores coinciden los críticos en citar resonancias plásticas que vienen de Fray Angélico, Zurbarán, Regoyos y del aduanero Rousseau. No cabe elogio mayor.
Amigo entrañable y discípulo de Vázquez Díaz, no ha dejado de honrarle. Éste, por su parte, escribió de Rafael Botí que su sensibilidad le lleva a «gustar de colores limpios, en armonías claras y diáfanas de luces perladas, colores y matices delicados, de resoles febriles y fugitivos en las tardes transparentes en que el artista se extasía gozoso de encontrar la superficie cromática de cada día y de cada hora».
Ha llegado el momento de que Córdoba reciba a Rafael Botí como pintor que le pertenece y también como cordobés que ha enaltecido su tierra no sólo con dignidad, sino con amor y sensible inteligencia.
DEL CATÁLOGO DE LA EXPOSICIÓN CELEBRADA EN LA GALERÍA STUDIO (CÓRDOBA) EN 1973.