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Antonio MoralesEscritor, Periodista y Miembro de las Asociaciones Nacional e Internacional de Críticos de Arte

Agustín Romo, caricatura de Antonio Morales, 1990

Se fue en silencio, como había vivido sus últimos años, dejando atrás toda una biografía memorable y el cariño de todos aquellos que le conocimos. Cordobés ilustre, prolífico en su trabajo, ha dejado su huella artística en numerosos museos y colecciones particulares de prestigio y mostrado su obra en múltiples exposiciones, algunas de ellas en los recintos más exclusivos. Próximamente un Museo, en la ciudad que le vio nacer, recordará la pintura de Rafael Botí a las generaciones venideras; es un privilegio que sólo está reservado a los grandes, y él lo fue, «primus inter pares», alcanzando, ya en vida, un puesto destacado entre aquellos que han contribuido a seguir engrandeciendo los méritos del Arte español de todos los tiempos.

Nació con el siglo, y estuvo pintando hasta hace prácticamente un año, cuando el peso de la edad le impidió sostener sus pinceles. Curiosamente, Botí iba para músico, ya a los nueve años se matricula en el Conservatorio de Córdoba, pero le atraen las Artes Plásticas, y se convierte en discípulo de Julio Romero de Torres en la disciplina del Dibujo, y de modelado con Victoriano Chicote, estudiando además Historia del Arte con Ricardo Agrasot en la Escuela de Artes y Oficios de Córdoba.

Con 17 años se traslada a Madrid e ingresa en el Conservatorio para seguir sus estudios musicales, y conoce a Vázquez Díaz, estrechando entre ambos una fuerte amistad y formando parte del primer grupo de alumnos con Olasagasti, Díaz Caneja, Pablo Zelaya y Rodríguez Acosta. Al tiempo ingresa en la Orquesta Filarmónica de Madrid. En 1921 obra suya figura en el Segundo Salón de Otoño de Madrid, un año más tarde participa en la Exposición Nacional de Bellas Artes y, en 1923, profeta en su tierra, realiza su primera exposición personal en el Círculo de la Amistad de Córdoba.

A partir de aquí, su ascensión y reconocimiento como pintor es imparable: exposiciones, premios, homenajes... Y su primer viaje a París para ampliar estudios, pensionado por la Diputación de Córdoba.

En 1924 contrae matrimonio con Isidra Torres Lerma, fruto del cual es un único hijo, el también entrañable Rafael Botí, ejemplo filial, que con su esposa Deli serán su apoyo de siempre y, muy especialmente, desde que perdió a su compañera de tantos años.

Son tantos y tantos los galardones que recibió a lo largo de su vida –Hijo Predilecto de Córdoba, Medalla de Plata al mérito en las Bellas Artes del Ministerio de Cultura...– que sería imposible, en tan corto espacio, hacer una reseña puntual. Pero, tal vez, o al menos para mí, que tuve la suerte de conocerle personalmente, y hasta «familiarmente», el recuerdo que me queda de él, además del reconocimiento como gran pintor, fue el de que Rafael Botí fue a lo largo de toda su diltada vida un Hombre Bueno, y ése es un don con el que se nace.

No me atrevería yo, en estos momentos del adiós, a tratar aquí de su obra. Pienso que nadie mejor que el también desaparecido Antonio Manuel Campoy, amigo entrañable del artista, otro Hombre Bueno, que para nuestra Editorial escribió su última gran biografía dentro de la colección «Grandes Maestros de la Pintura Andaluza», quien escribió (ABC, noviembre de 1978): «Un casto aire musical recorre estas composiciones de claro lenguaje y poético sentido. Una luz mañanera las cobija, una luz que es la antítesis de cualquier vigorosidad. Las cosas se desnudan de toda retórica y se ofrecen exentas, se diría que casi ingenuas, pueriles –niñas–, extrañas a todo cuanto no sea su inocente esplendor, y siempre tan recatadas, tan negadas a exhibirse que sólo se dejan sorprender en la intimidad. Se ha dicho que Fray Angélico pintaba de rodillas sus Madonnas y que Regoyos se arrodillaba para pintar una col. ¿Y Rafael Botí? Temblando de emoción, con la sensación de un intruso. ¿No habéis presentido en la pintura de Rafael Botí algo así como una paz de claustro, la paz antigua de los jardines solos? Ello es debido al cclima intimista que en todo se ofrece, a la amorosa soledad en que todo se ordena...Y allá al fondo, como esos pájaros invisibles que pueblan los huertos, al fondo de cualquiera de estos cuadrod, se presiente, grave, un bordón y hasta puede que una copla.»

CRÍTICA DE ARTE (1995)

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