José Prados LópezPeriodista y crítico de arte
Rafael Botí expone en la Sala Toisón su colección de paisajes, originales y personalísimos, que representan y simbolizan la más entrañable poesía, la más romántica música, que pueda ponerse en la pintura actual española, y que tiene, para mi, su mejor antecedente en nuestro Regoyos recordado.
Rafael Botí, cordobés, no recoge en su retina más que el matiz, la nota, el consonante o el asonante, para producir siempre un verso bello con fondo de sonatina. Todos sus cuadros poseen el encanto de una timidez, de una inocencia, de una pureza de visión y pensamiento, que los distingue de la vulgaridad que nos circunda. Cuando Rafael Botí pinta, elimina, adelgaza, simplifica, elevándose en la luz, sin preocuparse del dibujo, de lo ciclópeo de los volúmenes, de lo barroco de la composición de otros, alado, inefable, soñado.
Cuando un pintor sublimiza, aristocratiza su obra, tal como Rafael Botí nos lo demuestra, pensamos que Dios nos compensa de la mentira de tanto bárbaro, ignorante, inepto, como estamos soportando en esta desdichada era que nos ha tocado conocer.